Volumen: I | #

Viví desde el 18 de agosto de 1973 hasta el 30 de Octubre de 1982 fuera de Chile. En ese período viajé sólo dos veces a Chile, en 1979 y 1980, por tres y dos meses respectivamente. Ya diré para qué. Esto me dio, en esos años, una cierta distancia frente a lo que sucedía en Chile, aunque como tema vital no me lo pude sacar ni por un momento de encima. Era demasiado grande el drama que vivían el país y un buen número de compatriotas, conocidos y amigos míos, como para quedar indiferente. Además, manejé, como muchos otros chilenos que vivieron esos años en el exterior, gran cantidad de información que en Chile no se conocía sino por muy pocas personas. La dictadura controlaba la circulación abierta de información, filtraba y censuraba. Eso no pasaba afuera. Chilenos que salían a visitar parientes en Europa, como le sucedió a mi familia y a muchos compañeros de estudio, se sorprendían de todo lo que sabíamos de Chile. Varios de ellos comprendieron recién entonces la realidad de la dictadura y de su eficacia para limitar la libre circulación de las noticias y de las ideas.

Quizá lo primero que saltó a la vista en Europa fue la brutalidad del golpe.Muchas imágenes transmitidas desde Chile evocaron un pasado que los europeos trataban de superar. A los alemanes, el bombardeo y, sobre todo, el incendio de la Moneda, les recordó el incendio del Reichstag (parlamento), que le sirvió a Hitler para agregar argumentos favorables a su dictadura. Cuando vieron en la TV, días después, algunas piras de libros que eran quemados, el paralelismo con el nazismo se afianzó en su conciencia. Vi esta escena al lado del dueño de la casa en la que yo le arrendaba una habitación. Era un ex soldado de la Alemania de Hitler y simpatizaba claramente con los militares chilenos que acababan de dar el golpe. Pese a ello, cuando vio la quema de libros me comentó: “Por este camino van mal los militares de su país. Están cometiendo los mismos errores que cometió Hitler y que, a la larga, le costaron el poder y la vida.” En ese mismo instante pensé que, si este hombre criticaba esto, cosa que hacía desde una visión de extrema derecha, el rechazo en toda Alemania debía ser muy grande. No me equivoqué. Al propio Strauss, político socialcristiano de derecha que aspiraba a ser Canciller Federal, le costó popularidad su viaje a Chile y su apoyo a la dictadura chilena. Pinochet y su gobierno quedaron acorralados en Alemania y en toda Europa desde el comienzo. A lo dicho debe añadirse el prestigio de Allende y el impacto causado por su muerte. Hasta ahora muchos se resisten a creer en el suicidio, porque piensan que fue asesinado, lo que no perdonan.

Lo segundo fue más complejo. Giró en torno a la naturaleza del régimen instaurado. Los ocupantes del poder político buscaron endulzar lo que habían hecho y lo que se proponían hacer. Bautizaron el golpe como “pronunciamiento” y el régimen instaurado como “autoritario”. Fueron voladores de luces, al igual que el plan “Z”. La realidad era más dura y se hizo sentir desde el primer momento. Como sabemos, se creó la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) para servir de aparato político represivo al mando de un coronel, Manuel Contreras, que terminó siendo el rostro más siniestro de los primeros años de Pinochet. Dependía directamente del dictador, a quien informaba diariamente de lo que hacía bajo sus órdenes.

Un tercer punto creó expectación: el régimen económico que se trataría de imponer. Al comienzo se vieron sólo medidas urgentes para acabar con el desabastecimiento, lo que se logró “milagrosamente” en pocos días, al aparecer, como por encanto, los productos del feroz mercado negro organizado durante el gobierno de Allende. También había que frenar la altísima inflación y reordenar del modo más rápido y simple posible la economía. Pese a esto, la dirección se perfiló con relativa rapidez. El Estado no sería en el futuro el principal actor del desarrollo económico, el que, además, sería entendido como puro crecimiento. Poco a poco su rol se iría reduciendo, para ser ocupado por el sector privado. El “modelo”, en su estructura básica, vigente hasta hoy (2007), estuvo en la cabeza de los asaltantes del poder desde el primer momento, en forma negariva, claro está, como anti comunismo o anti socialismo o ant estatismo. Era un rechazo ideológico y político más pasional que racional. Su implementación detallada fue obra posterior de los llamados “Chicago boys” (grupo de economistas formados en la Universidad de Chicago), que sí se habían venido preparando para esta ocasión.

Podría dedicar largas páginas a desarrollar lo expresado en cada punto mencionado, pero sería un esfuerzo repetitivo. En efecto, existe una vasta literatura al respecto, parte de la cual he leído. El libro que más aprecio, por lo completo y sabio en todo su análisis, es el escrito por mi amigo Carlos Huneeus, titulado “El régimen de Pinochet” (Editorial Sudamericana 2000). Lo recomiendo vivamente a quienes deseen profundizar seriamente en este tema. Muy interesante y entretenido, aunque menos profundo, es el trabajo de los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, “La historia oculta del régimen militar” (Ediciones La Época 1988). En la bibliografía que colocaré al final de estos apuntes de Memorias haré más referencias a literatura sobre este período.

En lo personal, debo contar una historia relacionada con mis estudios académicos. Como ya expuse, viajé a Alemania casi cuatro semanas antes del golpe. Debía haberlo hecho un año antes, pero, por compromisos académicos y laborales con la Universidad Católica de Valparaíso y con el Canal 4 de TV de esa misma institución de educación superior, postergué un año mis estudios. Como no cabía otra postergación la fecha quedó fijada casi un año antes, sin tener relación alguna con los acontecimientos políticos. Más aún, mi primer plan de estudios partió del supuesto que en Chile no sería destruida la democracia y que Allende gobernaría hasta completar su mandato. Quise estudiar a fondo la política exterior chilena frente al mundo socialista, porque vi debilidades muy grandes de diagnóstico y diseño de la misma. Mi idea era aportar al retorno al país un conocimiento más acabado sobre esta realidad. Por eso mismo, mi destino fue Berlín Occidental. Allí podría cumplir esta meta en la Universidad Libre, en el Instituto sobre Europa del Este. El golpe y esa profundidad anunciadora de un largo período dictatorial, me dejaron en el aire. El tema que me interesaba había perdido para Chile actualidad. Debía, en realidad darle un vuelco a lo que ya había comenzado a hacer. Después de cuatro meses en Berlín viajé a Heidelberg a visitar un profesor amigo, Dieter Nohlen, a quien había conocido en Chile algunos años antes. Al conversar sobre el tema me dijo que si cambiaba el eje central de mis estudios y elegía como ámbito América Latina él me recibiría gustoso en la Universidad de Heidelberg, en el Instituto de Ciencias Políticas donde él era profesor. Pocas semanas después se agregó un factor que precipitó todo. No encontré casa para arrendar en Berlín. Le escribí a Nohlen y él me respondió que en Heidelberg había viviendas para una familia como la mía. Con cinco hijos en ese momento era casi imposible encontrar una vivienda adecuada en Alemania. La decisión quedó tomada sobre la marcha y organicé la llegada de la familia para fines de febrero de 1974, lo que sucedió sin más demora.

Entre medio, hice uso de una invitación que tenía del gobierno de Israel para visitar ese país y pasé allí la Navidad de 1973 y el Año Nuevo. Fue una experiencia interesantísima. En Octubre de ese año se había producido la guerra de Yom Kipur, entre Israel, Siria y Egipto. La victoria israelí no había sido fácil, pues hubo momentos en que los egipcios avanzaron por territorios ocupados por Israel con gran ímpetu y sólo fueron frenados cuando sus enemigos lograron organizar una contraofensiva que los llevó a estar a 100 kms. de El Cairo. Ese empate permitió la tregua y, más tarde, la negociación de la paz. En mi viaje me llevaron a los escenarios directos de la guerra. Incluso fui testigo de una ruptura del cese del fuego en el desierto de Sinaí. Fue sobrecogedor ver una escena bélica real y no en la pantallas de un cine o de la TV.

La vida en Heidelberg fue muy grata y de mucha calidad, a pesar de la estrechez de los recursos. La belleza de la ciudad y gran parte de su entorno hacían una importante contribución a ello. El ambiente predominantemente universitario convertía el lugar en muy apto para el estudio y la reflexión. La Universidad, pronta cumplir 600 años de existencia en ese tiempo, estaba dotada de excelentes bibliotecas y de infraestructura adecuada para trabajar académicamente. Se agregó a esto la presencia de becarios de la Fundación Adenauer que conocíamos desde antes y con los cuales desarrollamos una convivencia estrecha. Nacieron amistades duraderas y enriquecedoras.

En 1978 recibí una noticia que cambió el curso de mi actividad en Alemania: el Instituto para el Nuevo Chile, fundado un año antes en Rotterdam, Países Bajos, encabezado por Jorge Arrate, aprobó un proyecto mío para ayudar a Bernardo Leighton a escribir sus memorias. (La historia completa de este hecho está relatada en las tres introducciones que le escribí a mi libro "Hermano Bernardo", en sus sucesivas ediciones, que el lector de estas memorias encontrará completas en http://hermanobernardo-oboye.blogspot.com) Este hecho tuvo la virtud de llevarme a Chile dos veces en un año, con el objeto de trabajar directamente con el personaje. Pude, así, apreciar en forma viva los cambios producidos en Chile por la dictadura. Habían transcurrido más de cinco años desde mi partida y el régimen militar se hallaba consolidado y realizaba políticas que introducían cada vez más profundamente, transformaciones en todos los ámbitos.

Cuando regresamos a Chile en Octubre de 1982 la situación había sufrido ciertos vuelcos significativos. La economía se encontraba entrando a una crisis profunda, mientras la población comenzaba a perderle el miedo a la dictadura. En 1983 comenzaron protestas masivas que, a lo menos al estallar, sorprendieron a Pinochet y su gobierno. A partir de entonces vino un proceso largo, intenso, difícil, que viví muy directamente, y que culminó con el fin del régimen militar el 11 de marzo de 1990. Contaré en futuros capítulos lo principal de este período.